Compartimo el Documento Público:
Este miércoles 25 de Noviembre se cumple un nuevo aniversario del asesinato del lamgen Rafael Nahuel Salvo. Asesinato aún impune. Como Feminismo Territorial Mapuche, queremos sumarnos al pedido de justicia por el lamgen, asesinado por defender el territorio. Pero, además, queremos aportar algunas reflexiones acerca del contexto actual, y de ciertos discursos que se construyen y circulan en medios de comunicación hegemónicos, alternativos y entre la población mapuche. Queremos plantear interrogantes, venimos a manifestar otras miradas.
¿Es posible expresar las disidencias políticas a las normas que nos oprimen, incluyendo las propiciadas desde los espacios creados por nuestro pueblo? Entendemos que no, y nos preocupa que exista esa imposibilidad de mostrar otros discursos acerca de cómo entender la lucha y la defensa del territorio. Se construyen discursos y prácticas que discutimos, y esto se vincula al cuerpo como escudo. Entendemos que habitar los espacios territoriales, que también son las ciudades, no es sólo la resistencia sino también la vida, el desarrollo espiritual, productivo y los vínculos emocionales entre las personas y la naturaleza, incluyendo las relaciones placenteras y las que nos dan alegría. Sostener un sólo tipo de resistencia más bien encriptada en la confrontación física en la que se expone el cuerpo como modo de vida, es un discurso que no compartimos. Pensamos que son diversas las maneras en las que resistimos y creamos propuestas día a día. Son múltiples los lugares y las estrategias desde las que decidimos luchar contra la embestida racista, capitalista, patriarcal y colonial.
Nos violenta cierto dogmatismo espiritual que justifica modos de lucha, amparados en lo espiritual y ancestral, como una especie de mandato que valora esta manera de luchar por sobre otras. Observamos aquí una especie de sincretismo con religiones como el catolicismo en las que ser mártir, dar la vida o demostrar sufrimiento durante un proceso de lucha son celebradas como causas y consecuencias inevitables. Por el contrario, entendemos que este “deber ser” es producto también de la colonización y de una idealización de ciertas figuras al interior del mundo mapuche, como nuestres pu machi, pu lonko. Rechazamos la mirada acerca de la muerte, como símbolo de lucha. Lo que nos impulsa en nuestra lucha es el amor por la vida en todas sus formas. Somos todes luchadores. De distintos modos. Pero no aceptamos el discurso de dar la vida por el territorio. El estar bien, el equilibrio, es una búsqueda constante a lo largo de la vida. Ese bienestar que, apoyados en la fuerza de la tierra, nos fortalece, nos da claridad para pensar y actuar de modo mapuche. Pero eso se sostiene en la vida. No en la muerte como forma de lucha. Habernos mantenido vives en nuestro territorio frente a la violencia colonial y estatal fue el mayor logro colectivo de nuestro pueblo y de los pueblos originarios de Abya Yala. Creemos que somos las personas las partícipes de ese hacer espiritual, reconociendo pautas culturales, pero no aceptamos una mirada punitiva, de castigo, y de exclusión si sostenemos otras miradas. No es una cuestión de credulidad o castigo. Es un modo de vida, de conciencia mapuche, es el andar cotidiano también un modo de sostener la lucha, más que sólo asistir o reivindicar los espacios ceremoniales y castigar a quienes no son parte o viven su ser mapuche y su espiritualidad de otra forma.
Por otra parte, como feministas, consideramos que a la vez que se promueve esta actitud hacia la muerte también se refuerza un estereotipo de masculinidad, generalmente joven y fuerte, que deja afuera otras corporalidades que también habitan los territorios, como les niñes, les adultes mayores, las mujeres y las disidencias. Se construye y enaltece, así, la figura del weichafe cuya característica principal es ser joven y estar dispuesto a dar la vida, delineando entonces una necropolítica que define quiénes deben morir y cómo. Teniendo en cuenta que el patriarcado, tanto ancestral como occidental nos atraviesa a todxs, consideramos que estos estereotipos dejan poco lugar para construir una política del afecto y los cuidados, ya que se produce una división sexual de los conflictos territoriales y de los roles que las personas mapuche cumplen al interior de las comunidades. Esto genera que los wentru sean considerados guerreros mientras que a las mujeres se les asignan roles de cuidado tradicionales, vinculados a la asistencia familiar, a la crianza y al cuidado de les adultes. Esto no sólo refuerza este estereotipo femenino sino que también polariza la propia existencia mapuche, dividiéndola entre mujeres y varones, sin dejar lugar a otras identidades sexo-genéricas. Nos preguntamos entonces ¿qué consecuencias tiene la exaltación de este estereotipo de weichafe en las subjetividades de les niñes que habitan el territorio? ¿Qué lugar queda para el duelo, para el compañerismo, para el cariño entre che, más allá del género?
Desde los medios hegemónicos se nos construye como terroristas, extranjeres, violentes. Pero también venimos a plantear, preguntarnos y preguntarles de qué manera se construye ese mundo mapuche también desde algunos medios alternativos, donde vemos que se espectacularizan ciertas reivindicaciones mapuche, por sobre otras. Nos preocupa que se romantice la vulneración de derechos de las infancias, como “dormir en el monte varios días porque llega la policía” o que predomine la exaltación de ciertas figuras, como la de grandes lonko. Es la constitución de una elite de grandes discursos, que parecen verdades absolutas, que parece la voz revelada. Les preguntamos: ¿y las otras historias, las historias que ocurren fuera del foco mediático? ¿Y las luchas de la vida cotidiana, de quienes reivindican la propia identidad? ¿Y los procesos colectivos?¿Y las luchas de las mujeres y las disidencias?
Un tipo de proyecto político unidireccional, que le asigna a la juventud, especialmente a los varones, la tarea de resistir con su cuerpo la violencia como una forma legítima de proyectarse individual y colectivamente como mapuche, corre el riesgo de que la violencia estatal se torne el único lenguaje habilitado como espacio de dignificación. Venimos transitando como pueblo un camino donde volvemos a recuperar nuestra historia colectiva atravesada por la violencia, los silenciamientos, los desmembramientos comunitarios, los traslados forzados y la muerte que generaron las campañas militares genocidas del Estado. No queremos que el lenguaje de la muerte que propuso y propone este modelo de sociedad para les jóvenes de pueblos originarios pobres sea el que narre nuestras historias. No queremos más muertes por defender el territorio y las vidas que habitan en él.
Queremos sostener luchas que mantengan la diversidad que tenemos como pueblo y construyan otro mundo posible, sin nunca olvidar ni dejar de exigir justicia por les asesinades.